Tres años han pasado ya desde la primera cirugía de Mariana. Tres años que, medidos en meses y días y horas no parecen mucho pero haciendo el recuento de todo lo vivido en ellos, es inmensurable. En estos tres años he aprendido más que nunca a amar la vida gracias a Mariana y a través de Mariana. Gracias a que, en palabras de Neruda, cortó la desdicha y se hizo con ella pantalones. Y qué pantalones. Me atrevo a escribir esto ahora que veo la veo más feliz y más llena de entusiasmo que nunca, y ese nunca es uno que incluye la época pre-VHL. Escribo ahora porque sé que hoy ella va a compartir la alegría. Durante este duro choque que nos tocó vivir como familia y como personas, hubo momentos en que vi a Mariana profundamente triste y llena de dolor y momentos en que yo también lo estuve-aunque mi dolor no era mío sino suyo. Por eso hoy escribo alegre. Hoy después de unos meses de observar en ella una profunda catarsis. Un cambio de color en su guardarropa y en su cabello que son tan solo pequeñísimos símbolos de los cambios de actitud y de los avances que con gran y admirable fuerza ha logrado. Porque sólo un profundo amor a la vida y una gran pasión logran en tan solo tres años ver un padecimiento como el que ha tenido ella que superar como una oportunidad para VIVIR y no como una desgracia. No cualquiera se despoja tan pronto de los miedos y de toda la vibra negativa que le rodea para salir a volar libre por la vida. Porque todos los enormes avances logrados hasta hoy y la actitud con la que Mariana se enfrenta al gran horizonte que tiene por delante son una decisión y se alcanzan con fuerza y perseverancia; los tratamientos médicos son solamente la posibilidad de curarse. Mariana decidió curarse en el más amplio sentido de la palabra y ha demostrado que, efectivamente, tenía y aún tiene mucho amor para dar.
Por eso va para ti este poema, Mariana, porque no esperaste una noche, ni un día, ni uno sino tres años cortos y largos a la vez pero nunca halagaste la desdicha. Me queda claro que la rechazaste dándole forma de muro pues eres de los que amamos el olor a mar y menta que la vida tiene entre los senos.
Oda a la vida
Pablo Neruda
La noche entera
con un hacha
me ha golpeado el dolor,
pero el sueño
pasó lavando como un agua oscura
piedras ensangrentadas.
Hoy de nuevo estoy vivo.
De nuevo
te levanto,
vida,
sobre mis hombros.
Oh vida, copa clara,
de pronto
te llenas
de agua sucia,
de vino muerto,
de agonía, de pérdidas,
de sobrecogedoras telarañas,
y muchos creen
que ese color de infierno
guardarás para siempre.
No es cierto.
Pasa una noche lenta,
pasa un solo minuto
y todo cambia.
Se llena
de transparencia
la copa de la vida.
El trabajo espacioso
nos espera.
De un solo golpe nacen las palomas.
Se establece la luz sobre la tierra.
Vida, los pobres
poetas
te creyeron amarga,
no salieron contigo
de la cama
con el viento del mundo.
Recibieron los golpes
sin buscarte,
se barrenaron
un agujero negro
y fueron sumergiéndose
en el luto
de un pozo solitario.
No es verdad, vida,
eres
bella
como la que yo amo
y entre los senos tienes
olor a menta.
Vida,
eres
una máquina plena,
felicidad, sonido
de tormenta, ternura
de aceite delicado.
Vida,
eres como una viña:
atesoras la luz y la repartes
transformada en racimo.
el que de ti reniega
que espere
un minuto, una noche,
un año corto o largo,
que salga
de su soledad mentirosa,
que indague y luche, junte
sus manos a otras manos,
que no adopte ni halague
a la desdicha,
que la rechace dándole
forma de muro,
como a la piedra los picapedreros,
que corte la desdicha
y se haga con ella
pantalones.
La vida nos espera
a todos
los que amamos
el salvaje
olor a mar y menta
que tiene entre los senos.
martes, 28 de agosto de 2012
viernes, 29 de junio de 2012
Tiempo sin tiempo
“…tiempo para mirar un
árbol un farol
para andar por el filo del descanso
para pensar qué bien hoy es invierno
para morir un poco
y nacer enseguida
y para darme cuenta
y para darme cuerda
preciso tiempo el necesario para
chapotear unas horas en la vida”
para andar por el filo del descanso
para pensar qué bien hoy es invierno
para morir un poco
y nacer enseguida
y para darme cuenta
y para darme cuerda
preciso tiempo el necesario para
chapotear unas horas en la vida”
-Mario Benedetti
A mi regreso de mi
intercambio en París, mis amigos y familia me piden que les cuente a detalle
qué hice, cómo me fue. Nunca encuentro más palabras que un “Muy bien”, “muy
padre”. No es posible relatar una experiencia así: una experiencia que me
estremeció y conmovió hasta lo más profundo de mí misma. No puedo tomarme un
café con alguien y relatar a manera de crónica, mes con mes y día con día lo
que hice y a quién conocí, sin que suene vacío o incompleto. Quise escribir
este texto para al menos intentar expresarles lo que representó para mi vida
esta experiencia. Me parece que les debo este escrito pues cualquier cosa que
pueda contarles cuando los vea no hará justicia a lo que en verdad quiero decir.
Busco palabras para
expresar lo que siento y pienso sobre los cinco meses fuera de casa. Encuentro que
las palabras más apropiadas son de alguien más. Mis cinco meses en París fueron
ese “Tiempo sin tiempo” que Benedetti clama en su poema. A tan solo un mes de
haber vuelto a casa, París me parece lejano, brumoso, perdido y sin embargo
siempre presente. A muchos amigos les he dicho que regresar y ver todo tan
igual a como lo dejé, me hace pensar sobre mi tiempo allá como si hubiera sido
un sueño muy largo. Pasaron cinco meses y el mundo siguió girando en mi
ausencia: Daniela terminó su año escolar, mi papá se cambió de trabajo, Mariana
dio un gran brinco en el progreso de su terapia, ¡mi mamá se compró un iPhone y
abrió su cuenta de Twitter! Todos esos detalles me indican y me recuerdan que
en esos cinco meses el tiempo sí corrió. Pero en París, para mí, se detuvo. Se
detuvo y siguió corriendo. Se fue tan aprisa pero sucedió con tanta calma…
Tuve “tiempo para mirar
un árbol o un farol”. Estar en una ciudad tan rica y conmovedora como París me
permitió pararme en cada detalle, cada árbol, cada edificio, cada museo, cada
instante. Los viajes que tuve la bendición de hacer me hicieron maravillarme de
todo mi alrededor. Italia me maravilló por su arte, por su historia, por su
comida y por su gente. El viaje me permitió hacerme de amistades de otros
países y de empezar a saborear todo lo que implica una experiencia como el
intercambio. Marruecos fue inolvidable, en ese viaje me percaté de mi pequeñez.
La maravilla de recorrer las carreteras y ver los cambios de vegetación, de ver
las montañas del Atlas, de ver las estrellas en el Sahara, de darte cuenta de
que los hábitos y costumbres no son más que eso, de que hay gente que vive de
manera tan distinta e igualmente grandiosa. Percatarse de que en el fondo somos
tan compleja y a la vez tan simplemente humanos. Por otro lado, la compañía que
tuve en este viaje fue mi familia mexicana que conocí en París, lo que lo hizo
doblemente disfrutable. Barcelona me fascinó por su ambiente y su versatilidad
y, tal como la recordaba, por Gaudí. Finalmente, Inglaterra me permitió—con Oxford
y Cambridge—hacer un último viaje que además de divertido por la compañía que
tuve allí, muy oportunamente me dejó con ganas de más aprendizaje. Londres,
aunque corto, fue especial por el reencuentro con mi familia, y fue el primer
recordatorio de que—feliz y tristemente para mí en ese momento—pronto iba a
volver.
Pero cuando no viajé,
tuve tiempo “para andar por el filo del descanso, para pensar qué bien hoy es
invierno”. Cuando me quedé en París, ponía atención a cada trayecto en el
metro, cada ida a la escuela, cada conversación, cada caminata y cada respiro.
Tuve tiempo de pensar en todo y de no pensar. Tuve la oportunidad de
impregnarme de otras culturas y de otro idioma, de observar otras formas de
enseñar y aprender. Tuve la fortuna de conocer gente valiosa que pronto volveré
a ver y otros con los que espero la vida me permita volver a coincidir. Tuve
tiempo “para morir un poco, y nacer enseguida, y para darme cuenta, y para
darme cuerda”.
Ahora que estoy de nuevo
en México, en la escuela y en el subir y bajar de mi vida diaria, contrario a
lo que muchos me han dicho, no deseo en este momento poder seguir allá. Desde
luego que, de haber tenido la oportunidad, la hubiera tomado sin titubear y
seguramente este mes hubiera sido enriquecedor de una manera muy distinta a lo
que ha sido el mes después de mi regreso. Pero regresar me ha hecho valorar más
de lo que ya lo hacía lo mucho que disfruto mi vida. Después de esa gran
bocanada de aire fresco, volver a mi andar me ha hecho confirmar que el camino
que he decidido para mi vida es el que quiero y lo quiero seguir trazando.
Claro que es bellísimo tener “tiempo sin tiempo”, para enriquecerse en todas
las maneras que acabo de describirles, pero ese tiempo es una pausa—necesaria,
breve, grandiosa—para después continuar andando por la vida y echar a correr el
tiempo de nuevo, con otros ojos. Regresar
ahora fue el momento preciso. Así como regresar uno o dos meses después, de
haber podido, también hubiera sido el momento preciso. Sí, cinco meses no es
mucho tiempo, pero vean para cuántas cosas tuve tiempo. Agradezco a Dios, a mis
papás y a mi misma haberme permitido esta oportunidad y haberme dado el tiempo
necesario "para chapotear unas horas en la vida”.
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